Con la oposición a la energía nuclear y la lucha por la preservación de los espacios naturales surgió a finales de los ‘70 el ecologismo.
En su libro Ecología y lucha de clases, Josep Vicent Marqués se refería en 1978 así al ecologismo: “Sería exagerado comenzar con aquello de que un fantasma recorre Europa, digamos que un fantasma pequeñito recorre Europa en bicicleta. Es hijo de hippies, provos, ácratas y campesinos, pero tiene un aire de obrero cabreado por la contaminación del barrio. Este fantasma es el ecologismo y aún asusta relativamente poco a los grandes capitalistas…”. A esta divertida descripción, en el caso del Estado español, habría que añadirle las particularidades de la Transición en la que miles de luchas sociales emergían, los partidos de izquierdas organizaban a cientos de miles de personas y se alcanzaba gran participación ciudadana.
En nuestro país, el ecologismo inicial fue una multitud de luchas sociales (protección de espacios naturales y de especies, el urbanismo depredador, la contaminación, centrales nucleares,….) alimentadas por unos colectivos que se denominan naturalistas o ecologistas y fueron acompañadas por gran variedad de publicaciones de los grupos, cientos de libros e, incluso, revistas de notable difusión e influencia como Alfalfa, Ozono, Integral, El Ecologista...
Los grupos precursores
Entre los grupos precursores, destacó la Asociación Española para la Ordenación del territorio y el Medio Ambiente (AEORMA), que surgió al final del Franquismo. Años después aparecen decenas de grupos (ASCAN en Las Palmas, ANA en Asturias, ATAN en Tenerife, ANSE en el sureste, GOB en Baleares, ADEGA en Galicia...) vinculados a ciertos territorios, algunos de los cuales persisten tras innumerables mutaciones.
Para dotarse de coherencia, el ecologismo naciente recurrió a la redacción de manifiestos. El periodista Joaquín Fernández, en su libro El ecologismo español, lo narra así: “No ha habido un documento sólido, definitivo, de común aceptación, que pudiera englobar esa diversidad marcada sobre todo por la acción. Su ideario se ha ido reflejando en diferentes manifiestos improvisados en acalorados encuentros colectivos”. De entre estos documentos el autor resalta la importancia de los de Valsaín y Cercedilla (1977) y el de Daimiel (1978).
Dos fueron los grandes frentes de lucha ecologista entonces. El primero, la pelea por la preservación de espacios naturales de singular valor ambiental amenazados por el crecimiento de infraestructuras: urbanizaciones, carreteras, embalses, aterrazamientos. Como respuesta surge un amplio movimiento que aspira a la conservación de estos parajes. Las empresas constructoras y el Instituto para la Conservación de la Naturaleza (ICONA, creado en 1971), que desarrolló una activa política de productivismo agro-forestal, son los grandes oponentes a batir. Aunque las derrotas son múltiples, los logros tampoco son desdeñables: Se salvan de la destrucción muchos espacios, se crean nuevas figuras de protección de la naturaleza y aumenta la superficie acogida a ellas. En paralelo se suscriben nuevas normas de protección de hábitats y de especies que han conseguido atemperar el ritmo de destrucción que entonces se perfilaba.
Oposición nuclear
La lucha antinuclear es el otro gran frente ecologista. La nuclear fue la opción elegida por la oligarquía económica para atender una demanda que crece de forma acelerada. Centralizada, compleja, susceptible de posibles usos militares y previsiblemente muy barata (craso error que el tiempo corregirá) reúne todas las condiciones para satisfacer los deseos de quien la impulsa. Un ecologismo muy vinculado al movimiento ciudadano opondrá una gran resistencia que tendrá sus puntos fuertes en las centrales de Lemóniz (País Vasco) y Valdecaballeros (Extremadura). Ambas son paralizadas con la moratoria nuclear, en 1984, que deja en 10 centrales las más de 35 previstas.
Visto con perspectiva, cabe destacar la intuición de que hizo gala, lo que permitió acertar con sus luchas, su fuerte imbricación con otros movimientos sociales, lo que condujo a acciones muy masivas para su escasa organización y estructuración, y el carácter voluntario (no remunerado económicamente) de cientos de activistas que parece mágico a la vista de la profesionalización actual.
CONSERVAR O POLITIZAR
Los activistas eran jóvenes, estudiantes o profesionales relacionados con el medio ambiente; mayoritariamente urbanos y con gran diversidad ideológica de la izquierda, especialmente de identidad libertaria. Con la limitación de una clasificación, habría dos grupos: conservacionistas y ecologistas políticos. Los primeros limitan su ámbito de actuación a la protección de espacios naturales o de especies en peligro de extinción y suelen eludir las consideraciones políticas. Los segundos consideran que la destrucción ambiental es el corolario del despliegue capitalista, plantean que deben abordarse todos los problemas ambientales y productivistas (que en aquella época tenía dos exponentes, el capitalismo y el socialismo desarrollista).
Ladislao Martínez, activista medioambiental.
Cartografiando la ignorancia #519
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